jueves, 14 de febrero de 2019



“En ese ataúd se pensaba que estaba Provenzano. Había dos fémur derechos. Uno era de Sánchez. Se pensó por coincidencia genética que era Ruiz. El otro fémur era de Burgos, que era el cuerpo que estaba en el lugar que se creía estaba Provenzano. Los restos estaban en bolsas negras, en algunos casos con vestimentas. Estaban esqueletizados pero no completos. Habían sido sometidos a agentes térmicos”. Son palabras de Luis Fonderbrider, el director ejecutivo del mundialmente reconocido Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Lo relató con la frialdad de aquellas personas que conviven en su tarea cotidiana con el análisis de restos óseos; lo que para todo el planeta puede resultar escabroso, para ellos/as es cotidiano. 

En el recorte que antecede, en tan solo cinco líneas de texto que no tardó más de dos minutos en expresar, se entremezclan las historias de 4 militantes del MTP que hoy no están. 2 fueron asesinados (Roberto Gordo Sánchez y Carlos Alberto Quito Burgos). Los otras 2 también, pero sus cuerpos están desaparecidos (Iván Ruiz y Francisco Pancho Provenzano). Pero además de la impunidad con la que actuaron los militares, aquí se suman las “desprolijidades” de los forenses.
En ese ataúd, entonces, no estaba Provenzano, por eso se sumó recién en 2010 a la lista de desaparecidos. Coincide con la fecha en la que el EAAF realizó una segunda intervención, pero ya con su técnica que no es sólo genética. En ese año, el equipo asumió el trabajo desde una perspectiva integral, explicó Fonderbrider en su testimonio. Allí se reconocieron a 6 militantes entre los restos que faltaban identificar: Roberto Sanchez, Juan José Tosi, Juan Manuel Murúa, Carlos Burgos, Roberto Gaguine y José Mendoza. Y otros 2 que se creía identificados, pasaron a engrosar la lista de desaparecidos: Iván Ruiz y Francisco Provenzano.
Irene Provenzano, hija de Pancho y de Claudia Lareu (que también murió en La Tablada) lo contó desde su lugar de familiar: “En el caso de mi papá, es de los que negocia la rendición con Arrillaga. Todos relatan que luego de las torturas, de los simulacros de fusilamiento, de no saber si efectivamente iban a lograr seguir con vida aun después de la rendición, lo que hacen es escucharse las voces y saber quienes están, además de los que saben que se rindieron con ellos, porque estaban encapuchados. Nosotros como familia siempre supimos que él se había entregado con vida el 24 y que después había sido fusilado”, pero creyeron que su cuerpo estaba sepultado, “hasta el 2009, que interviene el equipo de antropología forense con la hipótesis que el cuerpo estaba mal identificado en su momento. Luego de hacer un análisis de todos los cuerpos que todavía estaban sin reconocer para ese momento llegan a la conclusión antropológica y genética de que hay 4 compañeros que no están”. Uno de ellos es su papá.
Otra cuestión que encierra la intervención de ayer de Fonderbrider con la que comienza este texto, es el error en la identificación de los restos de Sánchez y Ruiz, que el EAAF corrigió. “Ruiz tenía 20 años. Estaba emparentado con Sánchez (era su sobrino), que tenía 40. Nos podríamos haber quedado con los análisis genéticos que dieron positivo cuando se cruzaron con las muestras de familiares de Ruiz, pero al realizar un análisis más integral, nos dimos cuenta de que esos restos no pertenecían a una persona de 20 años, sí a una de 40”, por lo que al realizar el análisis genético con las muestras de familiares de Roberto Sánchez, también dio positivo “el famoso 99,999999%”, explicó el antropólogo, que también dio cuenta de la impunidad con la que trataron los cuerpos de los integrantes del MTP, tanto en vida como después de muertos. “2 de los cuerpos estaban completos, otros 2 tenían pérdidas importantes. En un caso creo que faltaba el cráneo. Esto puede ser por dos razones: o producto de la acción (golpes, amputaciones, todo tipo de torturas) o por el mal levantamiento de los cuerpos”.
En el video que acompaña esta nota, durante una entrevista que El Diario del Juicio le realizó luego de su testimonial, Fonderbrider también explicitó aquello de que los cuerpos "fueron sometidos a agentes térmicos"; es decir: las altas temperaturas a las que estuvieron sometidos, o bien por el incendio de la Guardia de Prevención, o por efecto de la incineración intencional.

Otro palo para la justicia

Miguel René Rojas llegó a la Terminal de Ómnibus de Retiro por la madrugada. Se encontró luego con uno de los secretarios del Tribunal Oral en lo Criminal 4 de San Martín, que lo llevó hasta el juzgado. Su declaración mereció la misma atención que todas. En este juicio, puede pasar cualquier cosa. Pero a esta altura lo inesperado se convirtió en esperable. Hay casi una pretensión de que todos los testimonios aporten algo significativo. La de Rojas fue una declaración de una hora. Entró a la sala vestido con un jean gastado, con los bolsillos traseros deformados por el uso, una remera con rayas horizontales grises y una mochila que rápidamente dejó apoyada en un costado del estrado en el que se sentó. Como dijo el exmilitar César Quiroga en la tercera audiencia que torció para siempre el rumbo del juicio: “Vengo a sacarme una mochila que llevo hace 30 años”. Rojas trajo la suya pero decidió también quitársela de encima. El vuelco en su declaración ocurrió exactamente en la mitad, cuando ya parecía que su testimonio no saldría de lo común.

—Yo declaré dos veces antes -dijo con su tonada salteña cerrada e inconfundible-. Una en Morón y otra en San Martín. La de San Martín, nada que ver. La de Morón fue la última.
—¿Usted recuerda haber declarado en el Regimiento? —le consultó Matías Mancini, presidente del Tribunal, ya dispuesto a escuchar cualquier cosa acerca de la instrucción de esta causa.
—No, yo en el regimiento no.
—Porque aquí dice que usted declaró en el regimiento el 14 de febrero de 1989 —agregó Mancini.

Hasta ahí todo más o menos normal. El paso del tiempo puede hacer olvidar algunas cosas; y las que no, fue la acción de la justicia. Pero en ese diálogo, Rojas deslizó un “la de San Martín, nada que ver”, hasta allí poco preciso, que luego cobraría intensidad.

—¿Alguna vez alguna autoridad militar le dijo cómo  declarar? —le preguntó el defensor oficial Hernán Silva, esperando un no como respuesta que desacreditara al esencial testigo Quiroga.
—Sí.
—¿Cuándo y quiénes? —quiso saber el Fiscal Carlos Cearras.
—En el juzgado de San Martín, después del copamiento. Yo estaba todavía bajo bandera.
—Y lo que usted contó hoy, ¿es lo que le dijeron que diga? —consultó Cearras intentando precisar.
—¿Lo de hoy? No, lo de hoy es lo que pasó.
—¿Quién le dijo lo que tenía que declarar? —siguió el fiscal.
—Me lo dieron por escrito.
—¿Y qué decía el escrito?
—Lo contrario a lo que dije.
—¿Pero qué es lo contrario? —le preguntó el juez González Eggers, siempre buscando aclarar, mientras cruzaba miradas y sonrisas con sus colegas como diciendo “otro más”.
—Lo contrario a lo que pasó. Que ellos me habían torturado, que me habían tratado mal.
—¿Le pidieron que dijera que lo habían torturado los subversivos o los militares? —indagó el fiscal sin terminar de entender.
—Los subversivos.
—Ah, ahora entiendo: le quisieron hacer decir que los subversivos lo habían torturado.
—Sí —ratificó el testigo, que de todos modos no se dejó presionar y contó que fue bien tratado.

Rojas llevaba, al momento de la toma, un mes en condición de detenido por deserción. Alcanzó a salir por la ventana de la Guardia de prevención incendiada junto a otros dos colimbas presos, dos soldados y los desaparecidos Ruiz y Díaz. Con su declaración, puso nuevamente en foco la investigación de aquellos primeros años después de los hechos. A diferencia de Quiroga, que destrozó con su testimonio la instrucción realizada en Morón por Larrambebere y Nisman, Rojas expresó que el apriete que recibió por parte de los militares se dio en el marco del juicio oral en el que fueron condenados/as los y las sobrevivientes del MTP. Fue parte del objetivo político-militar-jurídico de demonización, que incluso implicó que se aplicara por la Ley de Defensa de la Democracia, que se sancionó en 1984, agravó las penas e impidió que hubiera segunda instancia judicial; solo se aplicó en el juicio a los y las militantes de La Tablada, y para condenar al Coronel Mohamed Alí Seineldín por uno de sus levantamientos. La nunca olvidada historia de los dos demonios. “Les dieron las mismas penas que a los militares en el juicio a las juntas”, graficó el periodista Felipe Celesia (coautor del libro La Tablada, a vencer o morir), que también declaró en la undécima jornada.
Rojas dejó con su denuncia otra cuestión abierta que la justicia tendrá que saldar. Terminó de declarar. No quiso ser entrevistado por el Diario del Juicio, pero alcanzó a decirnos, sin dejar de caminar hacia el auto, que se sentía aliviado. Se subió al remís y volvió para Salta.


El custodio

Fernando Andrés Quinteros se retiró del Ejército  hace poco más de 2 años. Como a cada uno de los militares o retirados que se sientan para dar testimonio, el fiscal Cearras le consultó cuánto hace que dejó la fuerza y de qué trabaja actualmente. Puede suponerse que es para saber qué tan libres están para decir la verdad, tratándose de una institución tan vertical como el Ejército donde órdenes y jerarquías son indiscutibles.
Quinteros se mostró muy nervioso durante toda la testimonial. Lo más significativo que aportó, es incluso una contradicción con sus anteriores declaraciones. Dijo que un militar le pidió que custodiara a dos personas en un quincho. Y que al rato le dijeron que ya estaba, que podía retirarse. Respondió que pudo verlos hasta que lo relevaron. En sus anteriores declaraciones, Quinteros había reflejado que le habían pedido que evitara movimientos en el lugar: “que no entre ni salga nadie”, pero no había aportado ninguna referencia acerca de las personas, a las que en esta audiencia identificó como prisioneros. La querella sostiene que los 2 prisioneros eran Ruiz y Díaz. Tiene allí, en esa línea de tiempo reconstruída con videos, fotos y testimonios, un nuevo punto para marcar en la suerte que corrieron desde que saltaron por la ventana de la guardia y, según el testigo Almada, "los sacaron afuera del cuartel en un Ford Falcon blanco".
Quinteros explicó que estaba de franco. Que al oír las noticias se acercó al cuartel. Entró por los fondos, desarmado, y se hizo de un fusil trabado como todo armamento. Pareció cuidarse de no dar nombres de sus jefes. Primero dijo que “todo era una caos. Cada uno hacía lo que quería. Nadie daba órdenes”. Pero en su relato se mostró recibiendo varias. No pudo identificar a ninguno de sus superiores. Incluso dijo que el que le dio la orden de cuidar a los prisioneros tenía ropa militar pero no rango a la vista.  Le hizo caso igual...

La testigo de identidad reservada

La primera mujer que declara en este juicio es una testigo protegida, no por esta causa, sino porque denuncia a su exesposo en una causa por crímenes de lesa humanidad en Tucumán. En el país de Jorge Julio López, conviene preservarla, aunque ya sepan quién es.
Ese tramo del juicio se realizó sin público. Según pudo reconstruir El Diario del Juicio, la mujer, que en el momento de los hechos era la esposa de un oficial de inteligencia del ejército, contó que su marido se olvidó el handy en su casa ese día, por lo que ella escuchó todas las conversaciones. Dio cuenta de que hubo detenciones el día 23 (en la versión oficial, solo hubo rendiciones el 24) y que se realizaron interrogatorios de inteligencia ese día. La relevancia de su testimonio tiene que ver con que todos los oficiales de alto rango que testimoniaron en este juicio, dijeron que no tenían comunicaciones radiales. La intención esencial sería desacreditar el testimonio de José Almada, el exmilitar que quebró el pacto de silencio y que justamente se encargó de que hubiera comunicaciones, montando una antena en el regimiento. El testimonio de la mujer le servirá a la querella para respaldar a los militares que han hablado y desacreditar a quienes todavía sostienen el pacto de silencio y podrían quedar imputados en próximas instancias, entre ellos el General Jorge Halperín, el Coronel Héctor Horacio Gasquet y Eduardo Carlos Videla.

El rol de Arrillaga

Felipe Celesia llegó a la hora de la cita, 8:30, pero recién declaró al final, cerca de las 16. Trabajó en el libro que escribió junto a Pablo Waisberg sobre La Tablada durante 3 años. Dedicarle un día más a la causa no parece demasiado.
Su aporte esencial llegó de la mano de una pregunta del abogado querellante Pablo Llonto:

—¿Cuál era el rol del General Arrillaga?
—Ese día Alfonsín se recostó en Gasino (el jefe del Ejército) y Gasino delegó la recuperación del cuartel en Arrillaga —respondió sin dudar Celesia.

La recuperación fue cruenta represión y este juicio ya lo ha demostrado, aunque todavía falte tiempo para la sentencia.
Celesia se refirió al informe del Coronel Julio Eduardo Ruarte, que fue utilizado como fuente en el libro. Ruarte ratificó en su investigación, que el Sargento Esquivel, según la versión oficial muerto por Ruiz y Díaz antes de escapar, cayó durante el combate. "Claramente no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo: o estaba con Ruiz y Díaz, o estaba en el combate", concluyó Celesia.




*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com

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